—¿Y no vas a seguirla?
—¿El qué?
—¡La saga! ¡La saga de Dorian!
—No lo creo. Ya la tengo
aburrida.
—Son novecientas páginas tiradas
por la borda, Mis...
... pero, ¿sabes? En realidad no lo son. En ningún momento
las he tirado por la borda, aunque pueda parecerlo desde fuera.
Al principio recuerdo que la idea me motivaba. Es
decir, ¿a quién no le motiva la idea cuando justo está empezando la novela? Y
si tienes suerte de que, además, es una idea más o menos coherente, irá
avanzando. Si, además, el escenario te resulta agradable y los personajes
simpáticos, también. Pero al final de todo esto hay un problema; y es que los
escritores somos seres tremendamente sensiblones. Somos capaces de sacar
adelante una idea absurda (porque sí, a veces lo son), junto con una
trama patética (porque sí, muchas lo son) y un argumento estúpido
(¿argumento? ¿Argumento, eso? ¡Já!) sólo para no sentir que traicionamos
a nuestros personajes, esas criaturillas con las que nos hemos encariñado a lo
largo de las páginas. O peor aún: que nos traicionamos a nosotros mismos.
Dejar una novela a medias no es un error. Ni
tampoco una saga, por muy brutal que pueda sonar decir en voz alta: "Eh,
yo tenía una saga de tres libros con trescientas páginas cada uno. Pero dejé de
escribirla porque me aburrió". Ese "me aburrió" es en
realidad una forma suave de decir varias cosas que nuestro inflado ego de
escritores no nos permite decir: quizás que la trama había llegado a un punto
en el que no teníamos cómo cogerla. Quizás que sabemos que ese protagonista que
pensábamos hacer adorable, en el fondo, es el bicho más insoportable del mundo.
Quizás —quizás— que no somos la super-mega-cacho-jotacá-roulin que
creíamos ser.
(¿Sí? Eh, hola, ¿qué tal? Tú no me conoces...
me llamo Humildad y vengo a echarte en cara que tu trabajo es una mierda. Oh, y
me llevo del bracito a mi amiga Inspiración y a su hermana Motivación.
Saldremos por ahí a dar una vuelta. Quizás volvemos... o quizás no).
Bien, Humildad me visitó hace cinco meses. Una
chica curiosa. Con un sentido del humor de lo más agudo, hoygan'. Me hizo ver
varias cosas que el cabrón de mi compañero de piso, Orgullo, me había mantenido
ocultas durante toda la creación de la saga. Detalles absurdos, incoherencias
graves y problemas de base que había ido arrastrando durante los últimos dos
años en que me había dedicado a escribir los tres libros que ahora están
arrinconados en una triste carpeta del ordenador con el nombre de
"Hiatus". Y de repente esos personajes que hace dos años cree y
últimamente había ido arrastrando con correa por todas las aventuras de la
historia ya no me parecieron tan atractivos. De repente la estructura me
parecía un sin-sentido, el ritmo predecible y aburrido, y el final, de risa.
Y llegados a este punto yo digo que podríamos a
empezar a enterarnos de algo de una vez por todas: dejar un trabajo a medias no
es un error. Nunca es un error, y más si es un trabajo que empezamos hace
tiempo. Se llama evolucionar. Se llama quitarse el velo de los ojos y
ver que hay ciertas historias que no son viables. Y que forzarnos a seguir
trabajando en ellas lo único que consigue es hacernos sentir una mierda como
escritores, porque sólo los escritores mierda trabajarían en historias así.
En lo personal, diré que mi simpática amiga Humildad
me ha cedido algo de su agudeza y me ha dejado dos paquetes con un lacito sobre
el felpudo antes de irse. Dos ideas independientes para dos novelas
independientes. Una de ellas participa en el Nanowrimo. ¿La otra? La tengo en
el desván y le voy sacando brillo de vez en cuando para que no se me llene de
polvo.
Sé que algún día esas dos novelas podrían
convertirse en trabajos de los que me sintiera orgullosa.
Y, ¿sabes? Sólo por eso sé que no fue un error
aparcar la saga anterior y seguir avanzando.
Atte.,
Miss Way.